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domingo, 17 de febrero de 2019

Un amor de verdad


Un amor con fecha de caducidad

Por Alicia Misrahi Página web: www.aliciamisrahi.com

A veces los amantes retornan a la mente después de unos cuantos años. He vuelto a pensar en D., mi primer amor de una noche, al leer una noticia que dice que las mujeres disfrutan menos del sexo casual que los hombres.  Refleja un estudio realizado por la Universidad de Durham que revela que el 80% de los hombres afirman que después de una sesión de sexo de una noche se sienten muy a gusto, frente al 54% de mujeres que declaran que las relaciones sexuales esporádicas han sido satisfactorias

Otro estudio parecido de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega ha descubierto que 2 de cada 3 mujeres se arrepienten de su último encuentro sexual ocasional.

Chicas, por favor, ¡pongámonos las pilas! (y no sólo las de los vibradores, que también va bien…). Si se hace sexo ocasional o rápido (o sosegado o improvisado o a los cinco minutos de conocerse), hay que hacerlo bien, a conciencia, y sin lamentarse luego…

Amor a primera vista, sexo a la segunda mirada

D. era un hombre alto y robusto, con anchos hombros y un torso espectacular, con esos tres o cuatro kilos de más que hacen a los hombres tan comestibles y achuchables. Era atractivo (y lo seguirá siendo, pero hace diez años que no sé nada de él), pero no guapo. Iba a casarse pronto y entretenía las noches y la renuncia a estar con otra mujer que no fuera la suya buscando conquistas, besos y suspiros de placer. Se había prometido a sí mismo ser fiel cuando se casara. De alguna forma, se las arregló para decirme, de una forma delicada, que pasara lo que pasara entre nosotros no nos volveríamos a ver. Y me pareció bien.
Nos sedujimos mutuamente, entre risas y bromas y una conversación interesante.
Fuimos a su casa y continuamos hablando, abrazados en el sofá. De vez en cuando me daba besos delicados, a veces sensuales. Me recosté sobre él y nos mimamos. Él era todo ternura.

De vez en cuando, me incorporaba un poco para mirarle a los ojos, para disfrutar de su mandíbula varonil, para ver su ser.

-Me miras con cariño –dijo, algo extrañado, mientras me apartaba de la cara un rizo rebelde.
-Es que esta es una historia de amor de verdad con fecha de caducidad –repuse.
Nos reímos y nos miramos los dos con dulzura. Nos amamos  desde ese mismo instante.

Me llevó a la cama de la mano y me desnudó lentamente. Quise besarle y abrazarle, pero me pidió que me tendiera boca abajo y empezó a darme un masaje. Creo que usó aceite de almendras aromatizado con rosas. Sus manos eran suaves y ágiles y me relajaban y excitaban a la vez, dedos revoltosos que descendían fugazmente por mis flancos para volver a encaramarse a mi espalda tras pulsar algunos resortes de placer. 

Entre los dos todo fue muy natural. Nos dejamos llevar por las neblinas del deseo de madrugada, perezoso y urgente, y fuimos felices y libres en caricias y en un lento demorar de los cuerpos hacia el deleite. Nos sumergimos el uno en el otro, sólo piel, sólo sentidos.

Dormimos abrazados. Al día siguiente, mientras él todavía dormía, me duché y me fui. Susurré tan bajito como nuestra caricia más leve: “Adiós, mi amor verdadero con fecha de caducidad”. No he vuelto a saber nada de él. Todavía tengo su número de teléfono en la memoria de mi móvil, nunca lo he usado. Es una historia de amor que guardo como un tesoro entre mis recuerdos. Quizá el amor eterno es el que se sabe despedir a tiempo.



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