El espejo, esquirlas disparadas desde la caja que intenta en vano contenerlo, aparece
un instante antes que tú. Tú no llegaras jamás. Mirall trencat, espejo roto, quebrado
en su viaje hacia mí, deslucido presagio de nuestra juventud aún fresca y
mordiente que hoy muere un poco contigo. Entrevista con la vida, cita con la
muerte. Acudo temblorosa al encuentro con una verdad que no sospecho y en la
que me aterra reflejarme.
No envejecen los cuerpos ni la piel; no son las arrugas del
tiempo las que roban la efímera juventud, sino las cicatrices abisales del
dolor que te devolvía tu reflejo
distorsionado. Si hubieras podido verte con mis ojos… Si fueras capaz de
reflejarte en la mirada de ese joven ilusionado y enamorado que me presentaste
hace tanto tiempo… Pero no pudiste ni puedes ni podrás y sé que lo intentaste
desesperadamente y que cada día era una tortura contra la que irremediablemente
perdías. Vacío insondable, yerma evasión
de ti misma hacia un destino que era un sueño roto antes de nacer. Erial
devastado, te conviertes en humo entre nuestros dedos.... Ahora estás en paz,
descansa amiga mía. Abrazo la vida en la copa que me brindas y no tomo.

Puedo sentir apenas una leve astilla de tu sufrimiento y lo
lamento y me hiere, pero sólo soy anécdota en tu huida de ti misma, una pálida
copia de tu dolor.
En ese pasado no tan lejano en el que nos conocimos reíamos
y reíamos y hablábamos sin fin, cómplices de futuros y de travesuras y sueños y
proyectos que construimos a tres bandas, castillos en el cielo. Fueron tus
mejores años aunque no lo sabíamos ni
podíamos intuirlo. Para mí siempre serás
tu sonrisa deslumbrante, auténtica, y esas carcajadas que amerizaban en tus
ojos verdes y traviesos y soñadores y curiosos y cándidos e inteligentes y
valientes y bondadosos. No pudiste hacer otra cosa y lo sé y me rompe y, sin
embargo, ahora duermes tranquila, paz y amor para ti.
No quiero profundizar en tu desesperación de incomprensión,
en tu soledad de palabras y sentimientos
no expresados, tragados como remedios amargos, uno a uno hasta la aniquilación;
las entiendo, quizá demasiado, y decido no comprenderlas porque no deseo arriar
mis velas para seguir tu estela. No me anclo a la vida, no me aferro a ella,
escojo intentar fluirla como el río que, quizá, soy en el fondo de mi ser.
Descansa, amiga mía, la persona que conocí es el recuerdo que fijo en la
memoria, tu risa de antaño es el fragmento de todo ese puzzle desparejado de
espejos irremediablemente rotos que anhelo que perviva en mí.
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