
y se defiende con su miedo
precipitado al abismo de la noche inmensa
de los condenados:
caballeros de la libertad sin causa
en el laberinto de edificios
de una ciudad cualquiera del mundo,
flotando hacia adentro.
Porque la caída es un estómago negro
y una digestión pesada.
Prefiero al fuerte, que inventa su vida
y le poner argumento
a la inconsistencia de los azares,
como objetos dispersos
en incontables contenedores;
que vive contra el tiempo y preserva los instintos
del pájaro enjaulado que no aprendió a volar
aunque es afectuoso y muy sencillo,
vulnerable, lacerado por dentro,
pero puro: porque es la luz que irradia,
la luz que le bendice y le impide crecer.
El que preserva el daño y los instintos buenos
y ríe, duda, niega, llora, afirma.
No al herido que calla. Al fuerte, que imagina.
Leopoldo Alas
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