En medio de mi búsqueda de la libertad y de mi identidad
apareció él, amor imposible y cercano, sexy y veterano, y tan inseguro como
yo. Eramos dos adultos que podíamos
mirarnos de igual a igual. Eramos dos niños perdidos, maltratados, rotos, y ni
siquiera lo sabíamos.
Por Alicia Misrahi
Por Alicia Misrahi
Cohibido por la diferencia de edad, venía a buscarme al
colegio-instituto, la jaula de la que siempre estaba dispuesta a escapar, y yo
me sentía feliz y orgullosa de su sonrisa tierna y seductora, surcada de
hoyuelos marcados, de sus manos sabias y creativas, de su cara de duro y su
corazón romántico, de su ternura, de su ingenio y de su voz. Se sentía culpable
por la década que nos separaba, pero yo, a mis 17, era indomable e invencible y
creía en el amor.
Entre su amor que iba y venía en oleadas turbulentas, marea
y resaca, descubrí la pasión, la magia de los besos, la locura de la música
compartida y el humor ácido, peleón y cáustico a dos, limones en las copas,
refugios y huidas de nuestra relación.
Cautiva entre sus brazos y mis deseos, fui loca hechicera,
fue embrujador compañero, fui Semíramis de mí misma, fue cómplice certero, fui
su bailarina privada, fui mi odalisca de mirada y destino fatal, fue vida y
dolor, fue alumno y maestro.
Fuimos víctimas y verdugos, fuimos ilusión y castigo.
También aprendí, tarde, que querer significa saber decir “lo
siento” y que no siempre es suficiente amar con locura, hasta el fondo del
alma, hasta sentir tus caricias en su piel, hasta el llanto emocionado e
incontenible.
Muchos años después, tras muchas vidas y con las diferentes
personas que he sido vagando en mi interior, pugnando por salir, descubrimos
que las hogueras nunca se apagan y ardemos, ardemos, ardemos, hasta
convertirnos de nuevo mutuamente en cenizas, rescoldos reconcentrados de amor y
dolor.
Y ardemos y ardemos y ardemos y siempre es tarde y el mañana
es una nave sin rumbo y sin futuro, como un entierro vikingo.
Fuimos tú y yo y ahora no somos nada, pavesas en el desierto
incandescente de nuestra pasión. Y esa niña rara, sola, rota, que fui llora de
nuevo su soledad en su eterna lucha por la libertad.
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