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martes, 5 de enero de 2010

Algo pasa con Ana

(De Ser Madre soltera, DeBolsillo)



Día 1 ¡Decidida, esperanzada y algo asustada!

Hoy he decidido tener un hijo. Es algo que he pensado en diferentes épocas de mi vida sin que nunca encontrara el momento o el deseo. Quizá es que el momento adecuado y el deseo de ser madre nunca coincidieron en el tiempo.

Tengo 37 años, mis óvulos degeneran lentamente (o no tan lentamente…), no tengo pareja y sé que es el momento de actuar. Si lo pienso más, si le doy más vueltas, acabaré por no ser madre. Nunca es el momento ideal, siempre hay excusas o problemas que nos llevan a la conclusión de que es mejor esperar. No obstante, ahora no quiero esperar.




Todas las futuras madres tienen dudas; de hecho, estoy convencida de que si los futuros madres y padres lo pensáramos bien y nos dejáramos guiar por criterios exclusivamente racionales, la humanidad se hubiera extinguido hace cien años, o quizá más.

Me siento extraña. La idea de ser madre siempre había sido un eco lejano dentro de mí; un eco que a veces se convertía en un grito huracanado: nunca fue el momento.

Jaime quería tener hijos. En teoría. Ocho años de relación y nunca era el momento. Al final, me di cuenta de que él no deseaba ser padre y me estaba dando largas porque no quería perderme. Me sentí engañada, estafada, y me perdió. Nos perdimos los dos mutuamente, en realidad.

Conozco muchas mujeres que lo tienen claro desde niñas; otras que saben que quieren ser madres desde que empiezan a salir con chicos; algunas más que tienen más vocación de madres que de compañeras o esposas; hay mujeres a las que la vida les lleva a ser madres como si fuera un proceso natural: novio, matrimonio, hijo/s; mujeres que desean con pasión ser madres y no pueden serlo; mujeres que no quieren hijos y que entienden y asumen que una mujer no tiene porqué ser madre para sentirse y ser “completa”…

Si algo he aprendido en esta vida es que todas las opciones son válidas y respetables.

He tomado la decisión. Ha sido como una revelación, pero no ha partido de mí. He conocido, por casualidad, a una mujer, madre soltera, que adoptó una niña en China.

Sandra, con una frase demoledora, me ha abierto los ojos: “Siempre nos han vendido que un hijo tiene que ser fruto de un matrimonio o de una pareja, que esa es la única opción de vida válida. Nos han hecho creer que, si una mujer quiere tener hijos, necesita un hombre; que un niño necesita un padre y una madre. Y no tiene porque ser así, hay otras opciones de vida que no pasan por sentir música de violines cuando encuentras a tu “media naranja”, ni por casarse y tener hijos para consolidar la pareja.”



En cuanto a mí, el amor o la pareja, pues algún día llegará… O no. En pleno siglo XXI, con todas las libertades conquistadas –especialmente en nuestra mentalidad-, las mujeres deberíamos estar preparadas para hacer cualquier cosa solas, con ayuda de nuestros amigos y amigas; de saber distinguir entre las historias felices y convencionales que nos han contado sobre como tiene que ser la vida y nuestra realidad. No me niego a tener pareja, pero soy consciente de que con un hijo o una hija será más difícil, aunque creo que, sobre todo, el principal problema es la edad: a medida que cumplimos años todo el mundo se vuelve más raro.

Excepto yo, naturalmente.

Bien, quiero ser madre y no necesito una pareja. Lo deseo con pasión y sé que tengo mucho amor para dar. Es un primer paso, quizá el más importante. Sin embargo, aunque tengo un aparato gestante, si quiero dar a luz a un niño necesito una pequeña “colaboración” masculina.

Las diversas opciones pasan ante mi mente, desbocadas. ¿Ir a una clínica de fertilidad y pedir una inseminación artificial? Mi mente demasiado fantasiosa y surrealista se imagina una hilera de botecitos conteniendo semen en los que son visibles espermatozoides con tiernas caritas pidiendo: “¡adóptame!, ¡adóptame!

Sé que hay clínicas especializadas en fertilidad, con bancos de semen de donantes, pero ahí acaba todo mi conocimiento sobre el tema.

¿Pedir un favor a un amigo? No me imagino diciendo en una comida entre colegas: “Hola, ¿quieres ser el padre de mi hijo?, ¿me pasas la ensalada, por favor?, prometo no pedir nada y dejarte verlo cuando quieras si te apetece, ¿quieres un poco más de pan?”.

No estoy preparada, tampoco, para buscar un hombre, exprimirlo a fondo y quedarme embarazada sin que él lo sepa.

¿Poner un anuncio? “Se busca desconocido con buenos genes, comprensivo, inteligente y con sentido del humor para aportar pequeña o pequeñas cantidades de fluido vital. Se ruega que sea adaptable y flexible por si tiene que proporcionar dicho fluido en un botecito o en interacción directa con la futura madre de la criatura”. No me lo imagino tampoco. Y si contacto, por accidente, con algún futuro padre, ¿qué hago, mirarle la dentadura y hacerle un psicotécnico para asegurarme de que es un buen candidato?

¿Adoptar un niño o una niña? Es una opción, pero no sé por dónde empezar y me da miedo perderme en un lío de papeles y las explicaciones que debería darle al niño después. Tengo claro que ser madre biológica no es lo más importante.

Un hijo no es de quien le ha dado sus genes sino de quien ha compartido con él risas, enseñanzas, momentos… De quien se levanta por la noche cuando tiene una pesadilla y le abraza; de quien pasa una noche en vela controlando cada décima de fiebre; de quien le lleva al colegio y le explica cómo hacer multiplicaciones o le ayuda a hacer los deberes y se pasa una tarde entera consultando antiguos libros de texto para recordar cómo se analizan oraciones; de quien se deja llevar por su mundo de fantasía y comparte juegos; de quien hace la vista gorda cuando contesta o se porta mal y, otras veces, le riñe y tiene que disimular una sonrisa; de quien le enseña a cruzar calles; de quien siente como su corazón se escapa del pecho cuando le regala una pulsera que ha hecho él mismo; de quien siente todo el cariño del mundo cuando el niño le besa o le abraza con su desarmante espontaneidad; de quien le arropa por las noches; de quien se pone nervioso a veces por su energía infantil pero siempre encuentra paciencia y ternura; de quien se enfada a veces y pierde la paciencia y se siente luego enternecido por su amor incondicional; de quien le levanta por las mañanas y le deja dormir cinco minutos más; de quien siente que es lo más importante de su vida, incluso más importante que su vida…

Sin embargo, de momento todo son posibilidades. Necesito ordenar mis ideas y buscar información.




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